miércoles, 14 de diciembre de 2011

Un artículo que vale la pena leer


No todos los europeos comen cuento. Alfonso USSÍA es un conocido
periodista español, actualmente columnista del diario madrileño LA
RAZÓN. Como lo muestra el siguiente artículo reciente, es un decidido
fan de nuestro país. 
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LA RAZÓN, 27.11.11


ASESINOS DE COLOMBIA

Por Alfonso USSÍA

Colombia es una gran nación. Sin duda, la más culta de nuestra vieja
América. No se habla mejor español que en Colombia, y ese magisterio y
precisión en la palabra no es tesoro exclusivo de las clases altas. En
cualquier rincón colombiano un campesino puede moverse por el lenguaje
del Siglo de Oro de la Literatura española. Colombia es el contrapunto
civilizado y democrático de Venezuela, hoy deshabitada del sentido
común. Y Colombia ha sido y es una nación incomprendida por la estúpida
lejanía europea, con España inmersa en la estupidez. Claro, que aquí
llevamos cuarenta años de terrorismo y todavía, en algunos medios de
comunicación británicos o norteamericanos se refieren a los criminales
de la ETA como «revolucionarios vascos».

En Colombia pervive, cada día con menos fuerza, pero aún poderosísima,
la banda más cruel y asesina del mundo. Las llamadas FARC, el
narcoterrorismo en estado puro. Aquí, en España, muchos idiotas insisten
en bautizar a sus salvajes componentes como «guerrilleros». La épica y
el romanticismo de la guerrilla vistiendo a quienes no son otra cosa que
repugnantes criminales. Es el triunfo de la perversión del lenguaje de
las izquierdas europeas, que termina por contagiarse por la insistencia en
la manipulación semántica.

La izquierda en España ve con muy buenos ojos a las FARC. No saben nada
de ellas, ni les interesa, pero les sucede como en su postura con Israel y
Hamás. Para la izquierda, tan poco evolucionada por su dogmatismo
leninista, las FARC representan lo mismo que los terroristas palestinos de
Hamás, es decir, el viento de la liberalización. Y Colombia, un Estado
de Derecho ejemplar y libre, apenas merece la comprensión de quienes han
decidido, por iniciativa propia, que son los conocededores de bulas, los
que determinan quién es el bueno y quién el malo, quiénes actúan con
la razón y quiénes contra ella.

Se ha sabido que los criminales de las FARC han asesinado en la selva a
cuatro de sus más antiguos rehenes. Cuatro secuestrados. Uno de ellos,
con catorce años a sus espaldas de torturas y sufrimientos. Cuatro seres
humanos que no han podido disfrutar y ver crecer a sus hijos, y que han
vivido sometidos al capricho de los terroristas. Catorce años intentando
mantener la esperanza para terminar con las manos atadas a la espalda y un
disparo en la nuca. Así son «los guerrilleros románticos» de las FARC.
El dolor, la cárcel verde, la libertad machacada de centenares de
secuestrados por las FARC, apenas se consideran noticias de interés en
Europa.

Colombia ha combatido con una entereza admirable contra un ejército de
asesinos que, amparados en un supuesto objetivo revolucionario, lleva
décadas repartiendo el terror y la inhumanidad por todo el país. Han
caído los principales monstruos, pero los asesinos organizados siempre
tienen dispuesta la sucesión. El presidente de Venezuela, Hugo Chávez,
elogió como héroe revolucionario al canalla de Marulanda «Tirofijo»,
el fundador y jefe de las FARC, cuando se supo que había pasado a mejor
vida, o mejor escrito, a peor muerte, porque los homínidos sangrientos no
pueden descansar de sus atrocidades si no es en compañía de las ratas.

Colombia es la nación, insisto, más culta de América. Está habitada
por la buena educación, la cortesía y el trabajo. Todavía hay grandes
lagunas que separan los niveles sociales, pero nada tiene que ver esta
Colombia pujante del siglo XXI con la de principios del XX. Y Colombia, a
pesar de todo ello, es una nación de gentes admirables que sienten cada
día la insufrible indiferencia de la puta Europa